En La primavera recuperó el género del draperie mouillée, con unas finas telas semitransparentes que dejan entrever el contorno del cuerpo, con un sentido del clasicismo procedente de las pinturas de Pompeya y Herculano o los estucos de Prima Porta y la Villa de Adriano. Este simbolismo fue excelentemente tratado por Botticelli en sus dos principales obras: La primavera (1481-1482) y El nacimiento de Venus (1484). Para ello se inspiró en los pocos restos de obras clásicas que tenía a su alcance, algunos sarcófagos, joyas, relieves, cerámicas y dibujos, y creó un arquetipo de belleza que sería identificado como el ideal clásico de belleza desde el Renacimiento.